Alberto Andrade
(Artículo escrito en 1991 y reescrito en su memoria).
Sus anécdotas, salidas y respuestas son dignas de las mejores tradiciones de Ricardo Palma.
Así como Castilla tenía su cañoncito, Andrade rescató un cañón colonial encontrado por casualidad en una excavación y lo colocó en el balcón del palacio municipal, haciéndolo apuntar hacia la casa de gobierno, hasta que cayó la dictadura.
No le faltaba razón: la tiranía no solo era corrupta sino de una gran mezquindad. Fujimori le había negado los avales para los créditos que la ciudad requería con urgencia. Le había quitado todas las rentas, los poderes y posibilidades administrativas.
- Un poco más y me van a dejar en calzoncillos – decía al comentar la situación.
Al caer el régimen y jurar como presidente constitucional Valentín Paniagua, sacó el cañoncito y lo hizo apuntar hacia otro lado.
Pero su verdadero sentido del humor lo ha demostrado al soportar con estoicismo la espantosa campaña en su contra, que organizó y financió el gobierno de Fujimori.
El humor es una forma de libertad, pues nos hace escapar de la esclavizante realidad. Estamos sujetos a leyes físicas y espirituales, a las obligaciones éticas y morales, a la injusticia y al dolor, de las que solo podemos escapar a través del pensamiento. El sentido del humor nos permite soportar el peso de la existencia en forma grata. Convierte lo terrible en agradable; nos da una distancia entre la realidad que parece tragarnos y el verdadero sentido de las cosas, que siempre terminan, que se deshacen en el tiempo. Nos hace ver que por más dolor que exista sobre la tierra, la vida hay que gozarla.
En este caso, cuando todo estaba en contra, cuando no podía verse sino miseria moral y espiritual, servía no tomársela tan en serio. Finalmente, sabemos que el poder es tan efímero, que, ante los vaivenes de lo inevitable, nos queda actuar y esperar con la sabiduría del humor. Este nos da la mano y nos rescata, nos hace libres y nos da una salida. Además, aunque tenga que ver con el absurdo, nos permite rozar posibilidades nuevas que no seríamos capaces de atisbar de otro modo.
Fujimori no pudo nunca perdonarle el hecho de haberle ganado dos elecciones, a pesar de las diferencias y ventajas que daba el manejo de los recursos fiscales, de los medios de comunicación y de la absoluta falta de escrúpulos. Y cuando perdió, se encerró en su habitación en palacio dos días, de pura rabia, sin hablar con nadie. Una de las características de la mayoría de dictadores es su carencia de sentido del humor.
viernes, 19 de junio de 2009
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